Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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–¿No quieres tenerla en brazos? –dice Maya.

–No –dice Mark.

Maya mira a Reggie, que abre los brazos.

Cuando se enteró de que Chariya había muerto, Maya salió de inmediato de su pequeño departamento. Había viento en Nueva York; iba con tapado y guantes y bufanda y sombrero. La luz diurna había desaparecido. Caminó junto a hombres y mujeres y los miraba con nada más que la cara expuesta. Pero a partir de esa pequeña extensión de piel podían captarla a la perfección. Su mente estaba aturdida, su cuerpo hambriento, un hambre que la asustaba. Se quedó dormida en el asiento con una mano sobre la boca mientras su cuerpo volaba hacia el oeste: soñaba que la cogían. Fue Reggie la que se presentó en el aeropuerto a buscarla, con el aspecto tosco que le daba la ropa sencilla de esposa de granjero y la bebé de Chariya en un carrito. De pie bajo el cartel de llegadas, Maya obligaba a sus lágrimas a volver a los ojos con los talones de las manos.

Maya se queda sentada en la bañera un rato largo antes de abrir la canilla. Era el espacio de Chariya, su espacio de maniobras, donde había tomado largos baños y donde había dado a luz. Baldosas azules, paredes azules, toallas azules y una luz plana y gris que entraba por la ventana. Con el pie se las arregla para abrir la canilla, que desborda calor. Se mira el cuerpo, oscilante bajo el agua. ¿Para qué sirve un cuerpo? No hay leche en sus pechos.

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