Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Tengo que ir a Rishikesh.

Pero ¿por qué? ¿Dónde estás?

En el tren.

Bueno, bájate del tren.

Ahora no puedo. Dile que es una emergencia. Por favor.

No te oigo. Hay mala conexión.

Digo si puedes decirle que es una emergencia.

De acuerdo. Se lo digo. ¿Estás bien?

Sí, todo bien, dijo Sudha. El tren traqueteaba contra las vías. Al otro lado de la ventanilla, los vastos campos verdes estaban llenos del sol de la tarde, de ciudades sin nombre, de pueblitos repletos de niños sin madre. El tren avanzaba paralelo a una ribera vacía y el cielo estaba repleto de pájaros y cometas vueltos diminutos por la distancia. Voy a estar bien, dijo al teléfono, y volvió a decirlo después que cortó su colega.

Llegó a Haridwar al atardecer. Su bolso era pequeño, pero de todas maneras tuvo que luchar para recuperarlo de manos de un changador, que se lo había quitado en cuanto se bajó. Aquí en el norte estaba más fresco. Se sintió arrastrada hacia el río, no atestado de peregrinos como estaría en Haridwar, sino suave y vacío a la luz del atardecer, sin la adoración de los sacerdotes zumbadores y sus estrictos adeptos. En Rishikesh, un recodo del río. Pájaros, animales adorados allí, peces, serpientes, cenizas. Rishikesh, hasta el nombre le daba una sensación de frescura en la boca, como agua corriente contra una gran sed. Consiguió un taxi. Haridwar iba iluminándose en el anochecer y el cielo iba oscureciéndose a medida que avanzaban por el camino, las luces en Mussoorie como estrellas bajas contra las colinas negras. Haría frío en Mussoorie en esta época del año. La ciudad estaba hecha para parejas en luna de miel. Ella había estado con Vinod antes de casarse. Habían fingido estar casados para conseguir una habitación. Ella había ido vestida con un sari para tener más aspecto de esposa. Vinod llevó brandy y tomaron de la botella; después ella se había descompuesto.

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