Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Llegó una chica, una chica blanca, avanzando por la calle. Parecía joven, muy furiosa, cuando se detuvo delante de él, le arrancó de los labios el cigarrillo y lo apagó con la punta del pie. Dónde has estado, le preguntaba, en una voz lo bastante alta como para que yo la oyera. Tenía pelo largo, castaño claro, que parecía muy bien cuidado, levemente ondulado y suelto, y también su piel parecía bien cuidada, enrojecida por el frío. Mi hermano alzó la vista para mirarla, sereno. No alcancé a oír su respuesta. Ella se sentó a su lado y le apoyó una mano en la mejilla áspera. ¿Tienes hambre?, le preguntó. Sí, lo vi responder. Vamos, dijo ella, voy a prepararte algo. Sentí pena por ella entonces. No. Solo sentí envidia.

Se levantaron juntos. Caminamos un rato juntos, la chica y mi hermano del brazo de un lado de la calle, yo, unos pasos atrás, del otro. Luego llegaron a un edificio de departamentos y no pude seguirlos más. Los observé desaparecer tras las puertas de vidrio.

¿Qué aspecto tienen los muertos? Cada mes la luna va creciendo, y ayer la vi pender dura y madura en el negro como una manzana. No puedo imaginármelo. Justo antes que mi hermano y la mujer entraran en ese edificio, él se dio vuelta. Se dio vuelta para mirarme. Abrió la puerta y se dio vuelta hacia mí y pienso que sonrió. ¿Me miraba a mí, o más allá? Pienso en ese momento muchas veces. Me imagino la vida anidada luminosa en mi interior, él podría haber visto eso, como podía ver las caras de los muertos. Podía haber visto a una mujer calva de ojos rojos. Una desconocida, o una hermana, o nada de nada. ¿Qué ves?, debería haberle preguntado. Haberle interrogado esto: ¿Qué es lo que ves, que yo no puedo?

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