Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Llegamos a un pequeño parque, se sentó, luego me senté yo también, eligiendo un banco no muy lejano. Sacó un cigarrillo y lo encendió. Yo quería un cigarrillo: ese cigarrillo, el que tenía él, para apretarlo entre mis labios. ¿Iba a querer yo a mi criatura de la misma manera en que mis padres lo querían a él, o de la manera en que me querían a mí? Era igual, decían ellos, uno no quiere a su mano derecha más que a la izquierda. Pero ya entonces yo sabía que no era cierto. Una puede querer menos su mano derecha que la emocionante evanescencia del relámpago. ¿Cuál sería mi criatura, la mano o el relámpago? ¿Cuál sería más fácil de querer, de aguantar?

Mi hermano se quedó mirando el humo que producía, o a través, a la gente que habitaba la calle sucia. Su cara tenía el tono penetrante de una persona que está leyendo un libro, es decir que no parecía aburrida, ni tampoco ocupada en sus propios pensamientos, sino más bien totalmente presente en la dirección adonde apuntaba. Si yo hubiera estado apenas un poco más cerca, habría podido recibir el humo en mis pulmones. Pero no sabía cómo estar en las proximidades de animales o fantasmas. Los agarraba demasiado fuerte. El truco, pienso, es mostrar algo de interés, pero no demasiadas ganas. Pero ¿qué hacía una con todas esas ganas?

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