Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Hace cinco semanas me afeité la cabeza. Hice eso porque los niños de la escuela primaria donde trabajo media jornada me contagiaron piojos y ya me molestaban demasiado. No sabía con certeza si mi cabeza se vería irregular o lisa; mis padres nunca me hicieron a mí la ceremonia del corte de pelo, solo a mi hermano. Recuerdo qué él ni se inmutó cuando el sacerdote sacó la navaja. Mi marido acomodó la palma de la mano en la base de mi cráneo.

–Tus ojos parecen enormes.

–Tal vez debería afeitarme las cejas para realzarlos.

–No te afeites las cejas.

–¿Te parezco rara, acaso?

Él pensó un momento. Estábamos en la cocina, yo en un banco alto y él al lado, de pie, con la mano en mi cabeza.

–Rara no –dijo–. Pero sí peculiar. Las caras más hermosas son peculiares. Un poco descentradas.

–Ah, bueno. Descentrada es lo que me hacía falta.

–No, no lo digo tal cual –dijo él. Me pasó la mano por el cuero cabelludo, áspero para un lado, suave para el otro. El aire se me posaba en la coronilla de una manera nueva, y me sentía trémula y liviana–. Estás… hermosa, por supuesto. Medio brujesca. Ve a mirarte.

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