Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Me di vuelta para verme reflejada en la ventana oscura. Como un fantasma nacarado al otro lado del vidrio, mi reflejo me devolvía la mirada. Me pareció más viejo, de repente, de lo que recordaba. Tenía ojos grandes y amoratados, el cuello expuesto, las orejas desnudas. ¿Era la cara de una mala mujer? Al otro lado del vidrio, un gato caminaba por encima de la cerca, una pata delicada delante de la otra. Me llevé las manos a ambos lados de la cara y me estiré la boca en una mueca.

Al día siguiente vi a mi hermano en la estación de trenes, por la que normalmente paso caminando cuando voy al almacén. Iba a buscar leche. Al principio no tenía la certeza de que fuera él, pues justo lo había tenido en mi pensamiento y por unos instantes sentí que ese pensamiento mío había investido de un deseo a un desconocido y le había prestado temporariamente la cara de mi hermano. Pero no era así: era mi hermano. Aunque no lo veía desde hacía muchos años –de hecho, en el lapso de muchos años en que no lo había visto, había pasado de adolescente a hombre–, sus facciones habían viajado con él hasta el presente, la nariz y los labios orgullosos que tenía mi madre y los extraños ojos clarividentes que él siempre había tenido. Parecía tosco. Tenía una barba despareja y las uñas largas, los pantalones, vaqueros, gastados y una chaqueta camuflada varios talles más grande; de todas maneras, lo vi mejor de lo que me esperaba. En realidad no me esperaba gran cosa. Algunos días hasta me había esperado que estuviera muerto.

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