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–¿Qué pasa?

–No te asustes –dijo él–. Está todo bien.

Salí de la cama y seguí a papá hasta la sala. Mi madre tenía en brazos a mi hermano, dormido, al parecer, pero no del todo, pues tenía los ojos vidriosos y abiertos. De la boca de mi hermano salía un extraño sonido a chupeteo. En los pies tenía puestas las medias pero no los zapatos, que le colgaban flojos de los tobillos.

–Vuelve a la cama –dijo mi madre.

–¿Puedo ir con ustedes?

–No, querida –dijo papá. Estaba poniéndose la chaqueta–. Si no estamos de vuelta durante la mañana, va a venir la señora Epstein. ¿Está bien? –Y–: ¿Tienes la información del seguro? –le preguntó a mi madre.

Mi madre dijo que sí.

Me trepé a la mesada de la cocina y por la ventana los observé salir. Una vez que salieron, encendí todas las luces de la casa. Traté de entusiasmarme con que me dejaran sola. Encendí el televisor. Pero no había nada para chicos a esa hora. Y mami no tenía nada de comida chatarra en casa. No había nada malo que se me ocurriera hacer. Mis padres ya me dejaban saltar en la cama.

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