Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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–¿Quieres un cigarrillo?

–No sabía que fumabas.

–Chariya me hizo dejar. Tenemos que ir afuera.

Maya se detiene ante la puerta de la bebé para comprobar cómo duerme. Tiene la boca abierta, chupando. Mark y Maya se ponen bufandas y gorras y abrigos y salen por la puerta corrediza al porche trasero. Él saca del bolsillo del abrigo un paquete de cigarrillos y enciende uno con destreza. Ella se mete en la boca un bastón no encendido y finge fumar. Todavía borracha.

–¿La sientes aquí?

–¿Y tú?

Ella menea la cabeza. El frío le quema las yemas de los dedos. Se quedan un rato en silencio.

–Ahí está –dice él y señala el nido. Todavía abultado en los pliegues de la casa como un tumor–. ¿Vas a volver?

–No me lo preguntes todavía.

–Ah, toma –dice él, encendiendo llama en el encendedor y ofreciéndoselo. Ella lo cubre con las manos. Aspira hondo la nicotina, el alquitrán. No hay luna, pero sí estrellas. Fumaba cigarrillos con Chariya. De vuelta en casa desde la universidad para el Día de Acción de Gracias, y Chariya ya trabajando. Colar bebidas y cigarrillos en la prístina casa de los padres y reírse como niñas pícaras. Un ruido animal perfora la oscuridad: la bebé. Es Mark quien apaga en el suelo su colilla y entra. Sin encender la luz, la alza. Es un peso extraño en sus brazos, sus brazos que echaban en falta esa carga. Chariya lo regañaba, diciendo que la bebé jamás aprendería a caminar si él la llevaba alzada a todas partes.

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