Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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La casa pareció, de repente, aterradoramente vacía. De afuera llegaban los gemidos de un perro, o tal vez fuera un lobo, aunque yo sabía que eso era una estupidez. Me veía reflejada en la ventana, una chiquilla en una cama solitaria y más allá los árboles se convertían en los dedos de una criatura monstruosa. ¿Iban a volver mami y papi? Salí afuera y llamé al gato, y al rato vino. El gato estaba tenso en mis brazos y aunque se retorcía no lo solté.

Poco a poco empecé a cobrar conciencia de los muertos, congregados en los rincones de la casa. No los veía, pero los sentía de la manera en que una sabe que tiene detrás a alguien antes de darse vuelta para mirar. Si hubiera sido mi hermano, él los habría visto, pero refulgirían para él, bellos y benévolos como lunas. Para mí, estaban desangrados de color, sus caras y manos blanco hueso y sus bocas con olor a hojas y madera podridas. En mi mente los veía rodeando mi cama, con las manos tendidas, tendidas. Estaban diciendo ¿qué? La boca no les funcionaba. Estaban tratando de contarme algo, solo que yo no los oía. ¿Qué quería decir mi hermano con lo de la parte mala que se comía a la parte buena? Bajo las mantas puse la cabeza cerca de la del gato, para sentir su respiración en mi oído.

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