Читать книгу Una casa es un cuerpo онлайн

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Me detuve en el andén y lo observé. Estuvo sentado en un banco en una intensa quietud hasta que el tren llegó. No parecía muy consciente de mi presencia. A ojos de otra persona, ¿parecería un estudiante universitario o alguien en situación de calle? Cuando el tren llegó, abandoné mi leche en el andén y me subí. Entré en el mismo vagón por la puerta trasera y me senté unos pocos asientos detrás de él para alcanzar a verle la coronilla. El tren pasó por las partes indeseables de las ciudades, contrafrentes de talleres mecánicos, bordes de pequeñas playas de estacionamiento, basureros, fachadas impasibles de edificios de departamentos que albergaban pobres. Aun sentada, me dolía la espalda, me dolían los pies, sentía la cadera floja y cansada. Si no me hubiera subido al tren, ya habría estado de vuelta en casa, acostada en la cama tomando leche y leyendo un libro. Como sintiendo mi agitación, la bebé empezó a moverse dentro de mí, una especie de giro que me resultó a la vez tranquilizador y no muy agradable: era la misma sensación que una tenía cuando la montaña rusa se inclinaba para el primer descenso o un ascensor empezaba a bajar muy de repente. En esa época de mi embarazo, nos aguantábamos como una especie de clima entre nosotras, la criatura y yo, con mis estados de ánimo, me imaginaba, pasando a ella como un viento o una lluvia y sus movimientos alocados dentro de mí algunas madrugadas como una tormenta eléctrica.

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