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Eso no proporciona mucho consuelo al pecador en el infierno. El pecador en el infierno debe de estar preguntando: “Dios, si tú realmente me amabas, ¿por qué no me forzaste a creer? Preferiría que mi libre albedrío fuese violentado que estar aquí en este lugar de tormento eterno.” Aun así, las súplicas de los condenados no determinarían la justicia de Dios, si de hecho fuese erróneo que Dios se impusiera a la voluntad de los hombres. La pregunta que el calvinismo hace es: “¿Qué hay de erróneo en que Dios obre la fe en el corazón del pecador?”

A Dios no se le requiere que busque el permiso del pecador para hacer con este, lo que le plazca. El pecador no escogió su país de nacimiento, a sus padres, ni aun nacer en absoluto. Tampoco pidió nacer con una naturaleza caída. Todas estas cosas fueron determinadas por la decisión soberana de Dios. Si Dios hace todo esto que afecta al destino eterno del pecador, ¿qué habría de erróneo en que El dicta un paso más para asegurar su salvación? ¿Qué querrá decir Jeremías cuando clamó: “Me sedujiste, oh Señor, y fui seducido.” (Jer.20:7)? Ciertamente, Jeremías no invitó a Dios a seducirle.

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