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2. Hipótesis
Las diferencias que queremos establecer se desarrollan en torno a dos elementos: la creencia en espíritus invisibles que comparten la realidad con nosotros, y la condición intrínseca de la palabra cuando se confronta con el fondo de las cosas.
Ambas contribuirían a que, llegado un momento en la historia de las mentalidades y la estructura del sujeto, las locuras hayan encontrado su expresión más característica en las voces delirantes y alucinatorias, esos síntomas propios de las psicosis que hoy configuran el núcleo del llamado automatismo mental.
Es cierto que en los testimonios antiguos que se conservan no aparecen descritas las voces como padecimientos propios de los locos, pero esto, por sí mismo, no prueba nada. Sabemos que el interés por lo que decían y formulaban los enajenados es relativamente reciente y coincide prácticamente con la inauguración de la psiquiatría. Se ha dicho —por Foucault— que hasta Pinel no hay un claro interés por conocer qué dice un alienado, por qué lo dice y con qué intención lo cuenta. Nos consta también que, hasta esas mismas fechas, los autores citan casi siempre de segunda mano las declaraciones sintomáticas de los enfermos, las cuales se repiten invariables desde la Antigüedad a lo largo de los escasos textos que dan cuenta de ellas. Por ese motivo, todo cuanto digamos acerca de la aparición de las voces como un síntoma reciente en la fenomenología psicótica o, al menos, como una acentuación específica de la Modernidad, no pasa de ser una mera suposición, sin demostración posible, cuyo alcance tratamos simplemente de evaluar y en ningún caso demostrar. Toda comparación efectiva con el pasado es realmente imposible y sólo tolera, a lo sumo, una hipótesis preparatoria.