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3. Espíritus intermedios

Hasta no hace mucho, todos los pueblos occidentales han compartido la idea de que unos entes intermedios entre los dioses y los hombres convivían junto a nosotros en el mismo espacio físico y mental. Espíritus, demones (genios), ángeles o diablos han participado de nuestra experiencia como un hecho inequívoco y común hasta que la mentalidad científica los fue desplazando al campo de la ficción y la fantasía. Es revelador, en este sentido, que Montaigne (1533-1592), elegido para la ocasión como exponente de una nueva mentalidad, exprese su apoyo decidido a las doctrinas socráticas salvo en lo que hace referencia a su trato con los demones, que le parecen el producto de una creencia supersticiosa y superficial: «Nada digiero con tan gran trabajo en la vida de Sócrates como sus éxtasis y diablerías»3.

Opinión aún madrugadora si pensamos que Descartes (1596-1650), con quien realmente identificamos un cambio revolucionario en nuestra racionalidad —como se lee al final de su primera Meditación— todavía está preocupado unos años después por la presencia de genios malignos que con astucia y malas artes se interponen en el curso de su pensamiento4.

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