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Con todo esto dicho, el autor de la historia que escribe sobre Apolonio concluye: “Sin duda los dioses están dando un signo y presagio de su brillantez, su exaltación sobre las cosas terrenales, su cercanía al cielo y todas las cualidades de todos los Maestros” (1:5). Esta historia se parece mucho a la de Jesús en cuanto a lo que se dijo de él cuando estaba por nacer y cuando ya había nacido.

Apolonio no se casó y fue célibe (1:13). No hacía nada por dinero (1:13). Era hacedor de milagros y aun resucitaba muertos (4:45) y expulsaba demonios (4:44). Al final de su vida fue llevado al emperador Domiciano. Los paralelos de la vida de Apolonio con la de Jesús son enormes. Después de muerto Apolonio, lo reconocieron como divinidad y le hicieron santuarios.

Filástroto habla también de la muerte de Apolonio. En una de sus descripciones, dice que murió en la isla de Creta. Presumiblemente Apolonio fue a un santuario dedicado a un dios de esa localidad. Ese santuario era cuidado por perros bravos. Cuando los perros vieron a Apolonio, en lugar de ladrarle y enfrentarlo, lo recibieron de una forma amistosa. Los cuidadores del santuario, al verlo, ataron a Apolonio con cadenas, pensando que había hecho amistad con los perros usando magia o encantos para poder pasar sin que le hicieran daño pero, a la medianoche, Apolonio se desencadenó milagrosamente32 y después llamó a los guardias para que vieran lo que iba a suceder. Corrió a las puertas del santuario del dios local y, al llegar, éstas se abrieron de par en par por sí solas. Procedió a entrar en el santuario, y las puertas se cerraron por sí mismas. Desde adentro del santuario se oyeron las voces de niñas cantando: “¡Procede de la tierra! ¡Procede al cielo! ¡Procede!”. En otras palabras, se le ordenó a Apolonio que pasara a ser parte del reino de los dioses. “Evidentemente así sucedió porque ya no fue encontrado en la tierra” (Vida de Apolonio, Libro VIII, cap. 29-31).

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