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CAPÍTULO I

MI TIPO DE MADRE

LA LÓGICA DE AMOR DE LA MATERNIDAD DE MARÍA

Las madres son las personas más difíciles de estudiar. Se escapan a nuestro examen. Por naturaleza y por definición, son relacionales. Se las puede considerar como madres únicamente con relación a sus hijos. Es ahí adonde dirigen su atención, y ahí es donde querrían concentrar la nuestra.

La naturaleza mantiene tan unidos a la madre y al hijo que, en los nueve primeros meses de vida, casi no se distinguen como individuos. Sus cuerpos están hechos el uno para el otro. Durante el embarazo, comparten la misma comida, sangre y oxígeno. Después del parto, la naturaleza sitúa al hijo ante el pecho de la madre para alimentarse. Los ojos del neonato apenas pueden ver más allá que para mantener contacto visual con mamá[1]. Los oídos del recién nacido pueden percibir claramente los latidos del corazón de su madre y los tonos agudos de la voz femenina. La naturaleza ha hecho que incluso la piel de la mujer sea más suave que la del marido, más adecuada para acunar la sensible piel de un bebé. La madre, en cuerpo y alma, apunta más allá de sí misma, hacia su hijo.

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