Читать книгу La constelación tercermundista. Catolicismo y cultura política en la Argentina 1955-1976 онлайн
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Correspondía pues, más que antaño, que el catolicismo social ensayara repuestas que lograran canalizar las legítimas demandas de la clase obrera. Se trataba ahora de trabajadores dotados de conciencia de clase y de una filiación política definida que no iban a retroceder ni subordinarse tan sumisamente a la contraofensiva de las clases propietarias.
Por su parte, el fantasma de un comunismo al acecho no era percibido por todos como un callejón al que podía conducir únicamente la pertinaz obstinación del antiperonismo más furioso. El integrista Julio Meinvielle no se había cansado de denunciar, entre 1948 y 1951, desde el periódico Presencia, que el peronismo había fomentado nocivamente un obrerismo que era potencialmente revolucionario y al que definía como un “marxismo criollo” (Forni, 1987b:196-216). Hacia 1956, al mismo tiempo que participaba de un espacio de renovación inserto en el mundo obrero como eran las Semanas de Estudio de Asesores de la JOC, continuaba evaluando la experiencia peronista desde una perspectiva que se mostraba más bien distante del tono manifestado, tanto por los colaboradores de Criterio como por la mayoría de los asesores federales de la JOC, cuyas discusiones y posturas analizaremos posteriormente. Sin dejar de reconocer que en el terreno social el peronismo otorgó al obrero argentino conciencia de su dignidad, Meinvielle criticaba la política económica implementada tanto por la supuesta dilapidación de recursos como por haber promovido a la clase trabajadora a costa de la economía argentina y de los sectores medios. Por el lado de la política estrictamente sindical, Meinvielle (1956: 77, 85-86, 92) estaba dispuesto a conceder al peronismo la legitimidad de la unificación e incluso hasta la justificación de ciertos excesos impuestos a costa de la libertad de sindicalización preferida por la Iglesia, en la medida en que fue el medio más eficaz para sepultar las aspiraciones de los dirigentes anarquistas y comunistas. Sin embargo, el peronismo no había respetado –en su opinión– dos condiciones fundamentales para una política auténticamente favorable a la clase trabajadora: que los sindicatos fueran verdaderas agrupaciones gremiales y que los intereses de la clase obrera se armonizaran con los valores económicos, cívicos y espirituales de la nación. A pesar de que el peronismo no se apoyó expresamente en ninguna ideología, al sobredimensionar el lugar y el valor del trabajo manual, oponiéndolos a los de los otros sectores sociales como enemigos, no hizo más que aceptar el principio fundamental del marxismo, es decir de la lucha de clases, al trasladar el poder social a manos obreras. La caída del peronismo no alejó el peligro comunista; de ahí que Meinvielle advirtiera que este último podía expandirse si el programa económico de la “revolución libertadora” no respetaba las conquistas económicas alcanzadas por los trabajadores. Tampoco habría pacificación si no eran respetadas las organizaciones sindicales, devolviendo a los trabajadores sus sindicatos, sus dirigentes y la misma Confederación General del Trabajo (CGT), en vez de ponerlas en manos de partidos que no eran representativos de la masa obrera argentina. ¿Qué debía hacer el clero frente a este panorama? Para Meinvielle, se trataba de un momento único en la historia de los trabajadores argentinos. Instaba a que el clero fortaleciera su presencia pastoral entre los trabajadores que sufrían persecución aplicando en dichos ambientes la concepción cristiana de la justicia, ganando terreno ante la prédica marxista.