Читать книгу Pisagua, 1948. Anticomunismo y militarización política en Chile онлайн

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El Partido Comunista chileno de 1948 enfrentó la nueva persecución en condiciones muy diferentes y con la decisión de evitar los golpes demoledores de 1927. Su Secretario General, Ricardo Fonseca, definió el tipo de resistencia comunista y los espacios en los que se desarrollaría. Lo primero fue desechar una resistencia armada para derrocar al gobierno, considerando las divisiones que afectaban al movimiento obrero tras la ruptura de la CTCH y el quiebre entre comunistas y socialistas, al igual que el distanciamiento político con radicales. Siguiendo las enseñanzas de Lenin, «Con la vanguardia sola es imposible triunfar […] Los partidos comunistas […] han aprendido a atacar. Ahora deben comprender que esta ciencia tiene que estar completada con la de saber replegarse con el mayor acierto». La opción fue «pelear, pero retirándose organizadamente […] y combatiendo, resistir y resistir, salvando la organización y los cuadros»138. En consecuencia, la primera preocupación fue salvaguardar a los dirigentes, evitando su captura por los organismos policiales estatales, de modo de asegurar el paso del partido a la ilegalidad, con su organización y cuadros intactos, a la vez que Fonseca montó un secretariado en la clandestinidad. Dispersó a lo largo del país a los viejos dirigentes que habían combatido a la dictadura ibañista para enseñar a la nueva generación, inexperta en esas lides. La lucha se enfocó en mantener la solidaridad con los trabajadores que declaraban huelgas, impulsando paralizaciones o movilizaciones por aumentos salariales, precio de los alimentos y artículos de primera necesidad –las «subsistencias»– y los canon de arrendamiento, buscando incorporar nuevos grupos a la «lucha contra la dictadura y los planes imperialistas»139. En el panfleto «Con el fantasma de la cesantía se da un nuevo golpe al estómago del pueblo», los comunistas explicaban la exigencia de la empresa salitrera (CSTA) a que los trabajadores moderaran sus «aspiraciones» como una forma de asegurar un gran incremento de sus utilidades a costa de las condiciones salariales y de vida de los obreros. Por ello, desde la clandestinidad sostenía su política de movilización de los trabajadores, quienes debían insistir, en el caso de los salitreros, en un reajuste de un 40% y un aumento en el racionamiento de carne y pan, abriéndose a un comercio mundial amplio y evitando el cierre de muchas oficinas. Los obreros no debían permitir que el acoso represivo del gobierno detuviera sus luchas sociales: «¡CIUDADANOS, LUCHAD CONTRA LAS ALZAS Y LAS FACULTADES […] Luchemos en los sindicatos y en todos los organismos por aumentos de salarios y sueldos, contra toda alza, por viviendas, por el cumplimiento de los convenios, por igual salario del hombre y de la mujer. Por la formación de un gobierno popular que dé solución a los problemas»140.


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