Читать книгу La conquista de la identidad. México y España, 1521-1910 онлайн

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Demos ahora en nuestra indagatoria un salto en el tiempo aunque sin movernos de El Escorial y situémonos a finales del siglo xvii. Carlos II en el ocaso de la centuria decimoséptima seguirá colmando los muros del viejo palacio serrano con pinturas de guerra, esta vez no de sus propias campañas, sino que ahora lloverá sobre mojado. El rey mandará pintar la celebérrima victoria sobre Francia de Felipe II. Lo hará decorando la bóveda de la escalera principal de El Escorial empleando la superficie arquitectónica a manera de lienzo. El encargo recaló en el mismísimo Lucas Jordán para que por enésima vez actualizase la recreación de la batalla fundacional del monasterio jerónimo.

En conclusión, en los estertores de los Austrias, cuando la mirada bélica al pasado se configura y se enfoca lo hace para seguir regodeándose en el pulso eterno con Francia, y no en autoconmemorarse con las entrañas castrenses pretéritas de Castilla y de sus reinos de ultramar.

Cerremos nuestra teatral pero sincera ucronía poniéndonos por última vez en los huaraches de nuestros aristócratas novohispanos. Estos señores de Tlaxcala, Texcoco o Huejotzingo representaban a un variopinto conjunto de naciones (altepeme) que habían aceptado en el siglo xvi –de mejor o peor gana, por la fuerza o por la persuasión– la autoridad del emperador, se habían convertido al cristianismo y, para hallar un lugar digno en la nueva era tras el cataclismo del hundimiento de su civilización milenaria, habían construido una alianza militar con el monarca para expandir las fronteras de la nueva cristiandad por todo el territorio de la América central y del norte. Con sus ejércitos, con su experiencia, con su valor y con miles de almas armadas hasta los dientes, habían guiado a los pocos soldados y capitanes castellanos en una aventura bélica, militar y cultural de una dimensión épica que hizo crecer Nueva España desde las fronteras originales del imperio de Moctezuma hasta invadir todos los territorios chichimecas desde Querétaro hasta San Francisco y desde Ixmiquilpan hasta el norte de Texas, y por el sur, tras la pacificación de las regiones mixteca y zapoteca, llevaron el náhuatl y el castellano por todo el mayab desde Yucatán y los altos de Chiapas hasta el norte del Darién. Una empresa que fijaría por tres siglos los inmensos límites del virreinato novohispano, fronteras heredadas mayoritariamente por el futuro Estado mexicano.

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