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La vida en Brooklyn y en Manhattan, digámoslo de paso, le ofrece también algunas diversiones culturales y otros entretenimientos que luego pasarán a su obra literaria de un modo u otro. Desde los paseos en tranvías y barcos que rememora en Días ejemplares hasta su asistencia al teatro y la ópera, espectáculo del que disfrutaba con gran pasión. La asistencia a los mismos se debe, en cierta medida, a que la división rígida entre alta y baja cultura aún no existía y la gente no experimentaba ningún sentimiento de extrañeza si iba al teatro una semana, la siguiente a la ópera y más tarde a espectáculos populares y burlescos. En los teatros de Manhattan vio a quien se convirtió en su actor favorito, Junius Brutus Booth y los dramas Ricardo III, El rey Lear o Coriolano. Hay críticos, Reynolds entre otros, que han hablado de los rasgos performativos de Hojas de hierba. Según Reynolds, es difícil entender su poesía si no tenemos en cuenta el trabajo interpretativo de los actores de su época (160-162). También los oradores de su tiempo influyeron en su estilo (173-175), en gran medida en la relación que autor y lector mantenían, que Whitman convirtió en un elemento central de su poesía cuando en el poema “¡Hasta siempre!” dejó escrito: “Camerado, this is no book,/ Who touches this touches a man” (CPP 611). Tuvo la fortuna de vivir en la edad de oro de la oratoria americana, cuando los oradores tenían gran predicamento social y, entre otros, descollaban Daniel Webster, Henry Ward Beecher, o Cassius Marcellus Clay, por no hablar de Emerson. Pero quizás el entretenimiento favorito fuese la música. En un principio, en la década de los 40 y acorde con la impronta nacionalista de su pensamiento político, prefería aquella que tuviera raíces americanas, que utilizara el idiolecto americano y tuviese sentido para los propios americanos. Esto lo encontró en los grupos de música popular afroamericana, los llamados minstrel troupes. Algunos de estos grupos eran familias completas que se dedicaban a la música, otros eran grupos de negroamericanos que ponían en escena canciones que trataban, de forma poco realista, la vida de dicho grupo racial. Este tipo de espectáculos fue el que lo condujo a la ópera donde descubrió una música que unía arte y sentimiento. Hay que decir que Whitman se benefició del interés que se despertó en los Estados Unidos por la música clásica y que llevó al país a los mejores músicos europeos del momento en la década de los cincuenta. Allí presenció representaciones de ópera italiana en las interpretaciones de Cesare Badiali, Allesandro Bettini, Giulia Grisi, Balbina Steffanone, Marietta Albinoni y Anna De La Grange.

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