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A pesar del desinterés general y del despido que sufre, hay escritores y amigos que sí valoran su obra. William O’Connor en 1866 publica El buen poeta anciano, una biografía – en parte escrita por Whitman – en la que lo defiende. La biografía además crea otra de las imágenes icónicas del poeta: la del poeta mayor bondadoso. Otro escritor, y amigo, que lo defiende es John Burroughs, quien en 1867 publica Apuntes sobre Walt Whitman como poeta y persona. La fama de Whitman, escasa en su país, traspasa fronteras y llega a Gran Bretaña. En ese mismo año William Michael Rossetti publica “La poesía de Walt Whitman” en el Chronicle londinense y al año siguiente da a la imprenta una antología de sus poemas, Poemas de Walt Whitman, en la que deja de lado los poemas más controvertidos. En cierto modo puede considerarse una edición censurada de Hojas de hierba, y así debió sentirlo el autor. Por otro lado, esa edición es la puerta por la que entra un enorme número de lectores que dispondrán a partir de ahora de una edición para todos los públicos. No solo Rossetti es admirador suyo, también lo son Charles Algernon Swinburne, quien lo menciona en Canción antes del amanecer, Lord Alfred Tennyson, John Addington Symonds o Edward Carpenter. La amistad que será más fuerte y perdurará es la de Anne Gilchrist. Esta era una inglesa, autora de varios ensayos científicos y un libro para niños que además publicó junto con Dante Gabriel Rossetti, una estimable biografía de William Blake. Los poemas de Whitman la sorprendieron hasta el punto de que publica un artículo en alabanza del poeta, “Apreciación de Walt Whitman, por una inglesa” en 1870 en The Radical de Boston. Es el primer ensayo importante sobre la obra del norteamericano. Caben pocas dudas de que Gilchrist se enamoró del poeta con la lectura de su libro – que no le sorprendió por su lenguaje franco ni por sus temas, y en el que, por el contrario, vio un ejemplo de alta poesía. Ese enamoramiento la impulsó a escribir una extensa carta de amor a Whitman en la que declaraba su convencimiento de que cuando se conocieran ella se convertiría en ese tierno amor que él estaba buscando. Whitman le respondió con cordialidad fría, lo que no sirvió para que ella cejara en sus planes y continuara con un intercambio epistolar que duró seis años. En 1876 viajó con tres de sus hijos, y gran parte del menaje, a Estados Unidos. Esto alarmó a Whitman, quien pensaba que llegaba dispuesta a convencerlo de que formaran un hogar. Pasados los equívocos iniciales, traban unos lazos de amistad que se mantendrán hasta que ella fallezca. En Filadelfia el poeta la visitaba casi todos los días. Tenía incluso una habitación reservada por si quería quedarse a dormir. En Gilchrist Whitman encontró una persona con quien hablar de los más diversos temas. De ella dijo que lo mejor suyo era la conversación, siempre cordial aunque no compartiera las opiniones. Gilchrist publicó “Una confesión de fe”, un nuevo ensayo sobre Hojas de hierba, en junio de 1885 en To-Day.

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