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En 1936 llegarían las incautaciones oficiales que pretendían la salvaguarda del patrimonio bibliográfico y las requisas que aspiraban a socializar la lectura, pero prevalecieron la destrucción causada por las bombardeos franquistas y el hurto y la rapiña –que Gloria Fuertes ilustró con algún vivido recuerdo del Madrid de su juventud. Fueron muchas las bibliotecas desaparecidas entre 1936 y 1939.19 «No tengo un solo libro de mi biblioteca de Madrid», escribió en 1954 Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, que había dejado España en septiembre de 1936. En sus Caminos inversos, el fisiólogo Rafael Méndez –otro discípulo de Negrín de quien fue secretario cuando éste ocupó el ministerio de Hacienda–, agradeció que algún libro suyo rescatado por manos amigas le llegara a México, pero lamentó la pérdida de su ejemplar del Romancero Gitano que García Lorca, compañero de la Residencia, le había dedicado, adornando con dibujos algunos de los romances.20

Los libros de Negrín estuvieron en Madrid hasta que el Gobierno de la República se trasladó a Valencia. Fue entonces cuando la biblioteca inició un incierto éxodo que el final de la guerra y las circunstancias del exilio convirtieron en serpenteante y laberíntico. Feli López y Elías Delgado, técnico de laboratorio de Negrín y después secretario del Presidente, se ocuparon de trasladar la valiosa y amplia biblioteca a Náquera, una localidad cercana a Valencia en cuya urbanización La Carrasca se alojaron algunos ministros.21 Al parecer Negrín, ministro de Hacienda desde septiembre de 1936, ocupó una espaciosa casa conocida como «El Pinaret». Alguna huella dejó en sus anaqueles la estancia valenciana. Entre otras, Propaganda y cultura en los frentes de guerra, parte de cuya tirada se destinó a los asistentes al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura reunido en Valencia en julio de 1937. Generoso arsenal de información gráfica y literaria, el libro, que debió coordinar Gabriel García Maroto, se imprimió en los talleres de La Semana Gráfica, de donde también salieron los romances de Emilio Prados, Llanto en la sangre, ilustrados por Miguel Prieto. También valenciano es el folleto Oficina de Adquisición de Libros. Memoria. Marzo-Noviembre 1937, preparado por María Moliner, entonces directora de la biblioteca de la Universidad de Valencia.22 A Valencia debió llegar otro de los libros para los agasajados congresistas de julio, la Crónica general de la Guerra Civil (1937), textos recopilados por María Teresa León con la ayuda de José Miñana, publicada por la Alianza de Intelectuales Antifascistas, que cierra el emocionado «Homenaje» de Luis Cernuda aparecido en El Mono Azul en febrero de ese año.

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