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Cuando tú consideras los astros,

yo quisiera ser el cielo

para verte con tantos ojos

como hay de estrellas.

Áster, en otro tiempo

estrella de la mañana,

brillabas entre los vivos;

ahora, estrella de la tarde,

brillas entre los muertos.

A Dión:

Las Parcas han tejido con lágrimas

la vida de Hécuba y de los antiguos troyanos;

pero a ti, Dión, los dioses te han concedido

los más gloriosos triunfos

y las más vastas esperanzas.

Ídolo de una inmensa ciudad,

te ves colmado de honores

por tus conciudadanos.

¡Querido Dión, con cuánto amor

abrasas mi corazón!

Estos versos fueron grabados, se dice, sobre la tumba de Dión en Siracusa. Platón había amado igualmente a Alexis y a Fedro, de los que hablamos más arriba. Acerca de ellos hizo los versos siguientes:

Ahora que Alexis no existe,

pronunciad solamente su nombre,

hablad de su belleza,

y cada uno tome su rumbo.

Mas ¿por qué, alma mía,

excitar en ti vanos pesares[22]

que en seguida es preciso ahogar?

Fedro no era menos bello,

y le hemos perdido.

Se dice también que obtuvo los favores de la cortesana Arqueanassa de Colofón, a la que consagró estos versos:

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