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Aristóteles observa que su estilo ocupa un medio entre la poesía y la prosa. Favorino dice en alguna parte que, cuando Platón leyó su Tratado del alma, sólo Aristóteles quedó escuchándole, y que todos los demás se marcharon. El filósofo académico Filipo de Opunte pasa por haber trascrito las Leyes que Platón había dejado solamente en borrador; también se le atribuye el Epínomis. El poeta y filólogo Euforión de Calcis y el estoico Panecio de Rodas dicen que se encontró un gran número de variantes para el exordio de la República. Aristóxeno pretende, por su parte, que esta obra se encontraba ya casi toda entera en las Contradicciones del sofista Protágoras de Abdera. El Fedro pasa por su primera composición, y a decir verdad, este diálogo se resiente de la mano joven que lo hizo. El filósofo peripatético Dicearco de Mesina llega hasta el punto de censurar todo el conjunto de esta obra, y no encuentra en ella ni arte, ni placer.

Habiendo visto Platón a un joven jugando a los dados, le reprendió.

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