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—Por poca cosa me reprendes —dijo el joven.
—¿Crees tú —repuso Platón— que el hábito es poca cosa?
Le preguntaron si dejaría algún monumento durable, como los filósofos que le habían precedido:
—Lo primero que hay que hacer —dijo— es crearse un nombre, y hecho esto, lo demás ya vendrá.
Como entrara Jenócrates de Calcedonia, alumno de la Academia, en casa de Platón, le suplicó éste que castigara en su lugar a uno de sus esclavos, porque no quería hacerlo él mismo, por estar montado en cólera. Otra vez dijo a un esclavo:
—Te abofetearía, si no estuviera irritado.
Montó un día a caballo, y se apeó luego, temiendo que el caballo podía comunicarle su fiereza. Aconsejaba a los borrachos que se miraran a un espejo, para que la vista de su degradación les preservase para lo sucesivo. Decía que jamás era conveniente embriagarse, excepto, sin embargo, durante las fiestas del dios a quien se debe el vino. También llevaba a mal el exceso del sueño, y a este propósito dice en las Leyes: «Un hombre que se duerme no es bueno para nada».