Читать книгу Obras Completas de Platón онлайн

508 страница из 839

SÓCRATES. —Es cierto. ¿Y a quien eligieron?

MENÉXENO. —A nadie; la elección quedó aplazada para mañana. Creo, sin embargo, que recaerá en Arquino o en Dion.

SÓCRATES. —Ciertamente, Menéxeno, son numerosas las razones que demuestran cuán glorioso es morir en la guerra. Es una cosa infalible, para los que están en este caso, el tener brillantes y magníficos funerales, por pobres que sean cuando sucumbieron, y el obtener elogios por poco que lo merezcan. ¿Y quiénes son sus panegiristas? Hombres hábiles, que no se precipitan para tributar elogios, sino que preparan muy de antemano sus discursos y se explican en términos tan pomposos, que, proclamando cualidades que se tienen y que no se tienen, y ponderando y embelleciendo las acciones con las palabras, encantan nuestras almas por la destreza con que celebran de mil maneras a la república, a los que mueren en la guerra, a nuestros antepasados y a los que ahora vivimos. Ésta es la razón, mi querido Menéxeno, por la que no puedo menos de enorgullecerme hasta el extremo, cuando me veo colmado de elogios, y cada vez que les oigo alabar mi mérito, me persuado, por lo menos en aquel momento, de que soy más grande, más noble y más virtuoso que lo que soy realmente. Sucede muchas veces que me acompañan extranjeros, y oyen conmigo estos discursos; por el momento yo les parezco infinitamente más respetable, e impresionados como yo, tanto respecto a mí mismo, como respecto a la república, lo encuentran todo más admirable que antes; tan mágica es la influencia del orador sobre ellos. Respecto a mí, esta alta idea de mi persona me dura por lo menos tres días. El discurso, el ruido cadencioso de los períodos, llenan tanto mis oídos, que apenas al cuarto o quinto día vuelvo en mí y llego a saber dónde me hallo, pues es tal la habilidad de nuestros oradores, que hasta que llega este desengaño no estoy seguro si habito las islas Afortunadas.

Правообладателям