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Me dirigí a Menéxeno, y le dije:

—Hijo de Demofón, ¿cuál de vosotros dos es de más edad?

—No estamos de acuerdo en este punto —dijo.

—¿Disputáis también acerca de cuál es el más noble?

—Sí, ciertamente.

—¿También disputaréis sobre cuál es el más hermoso?

Ambos se echaron a reír.

—No os preguntaré —repliqué yo— cuál de los dos es más rico, porque sois amigos; ¿no es así?

—Sí —dijeron ambos.

—Y entre amigos se dice que todos los bienes son comunes, de suerte que no hay ninguna diferencia entre vosotros, si realmente sois amigos, como decís.

Acto continuo iba a preguntarle cuál era el más justo y el más sabio; pero llegó uno, que obligó a Menéxeno a marcharse, so pretexto de que el maestro de palestra le llamaba, porque creo que estaba encargado de la vigilancia del sacrificio. Luego que se retiró Menéxeno,[4] me dirigí a Lisis.

—Dime, Lisis, tu padre y tu madre te quieren mucho; ¿no es así?

—Mucho —me dijo.

—Por consiguiente, ¿querrán hacerte lo más feliz del mundo?

—¿Puede ser otra cosa?

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