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—¿Cómo quieres que se me permita eso?
—Entonces nadie puede castigarlas.
—Sí, verdaderamente —dijo—; el mulatero puede hacerlo.
—¿Es libre o esclavo?
—Esclavo.
—Tus padres, a lo que veo, hacen más caso de un esclavo que de ti, que eres su hijo, puesto que le confían, con preferencia a ti, lo que les pertenece, y le permiten hacer lo que quiere en el acto mismo que te lo prohíben a ti. Pero dime aún; ¿te dejan en libertad de conducirte por ti mismo?
—¿Cómo me lo habían de permitir?
—¿Pues quién te guía?
—Mi pedagogo, que ahí está.
—¿Es esclavo?
—Sí, y propiedad nuestra.
—Vaya una cosa singular —dije yo—: ¡ser libre y verse gobernado por un esclavo! ¿Qué hace tu pedagogo para gobernarte?
—Me lleva a casa del maestro.
—Y tus maestros ¿mandan sobre ti igualmente?
—Sí, y mucho.
—¡Vaya un hombre rodeado de maestros y pedagogos por la voluntad de su padre! Pero cuando vuelves a casa y estás cerca de tu madre, ¿te deja esta hacer lo que quieres para que seas dichoso? Por ejemplo, ¿te deja revolver la lana y tocar el telar mientras ella teje, o antes bien te prohíbe tocar la lanzadera, el peine y los demás instrumentos de trabajo?