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Recogiendo parte de estos planteamientos, comienzan a surgir en Gran Bretaña en la década de los 60 espacios de iniciativa pública enfocados a la creación artística que al mismo tiempo buscan la difusión a un público general. El Barbican en Londres (1982), orientado a las artes escénicas y musicales, es una de las propuestas en esta línea de mayor reconocimiento; y en 1977 se inaugura en París el Centre Pompidou, albergando un programa de usos complementarios formado por el Musée National d’Art Moderne, un centro de investigación musical y acústica, y una biblioteca con un aforo de 2.000 personas. El éxito de estas propuestas, que logran hacer converger un contenido cultural de alta calidad y el interés general, se convierte en un modelo muy repetido en centros de arte contemporáneo inaugurados posteriormente.

Una década después, el movimiento antiautoritario de Estados Unidos y Europa empieza a reclamar el espacio público en su condición simbólica como sustancia de producción cultural: el pop art hizo de la publicidad una fuente de inspiración, mientras que la Internacional Situacionis ta reivindicaba lo cotidiano como espacio de creación artística y empoderamiento político. En su sentido físico, el espacio público vuelve a ser soporte de expresiones artísticas alternativas, como por ejemplo las performances, totalmente liberadas de convenciones estéticas y espaciales. La idea de creatividad comienza así a transitar desde la perspectiva del creador individual al proceso social que requiere de la relación y atención a lo que ocurre a su alrededor.

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