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Esta tensión entre la perspectiva autónoma y la necesidad de un contexto provoca una reflexión alrededor de la dimensión geográfica y espacial de los procesos creativos y culturales. Usando conceptos trasladados de la economía industrial, en los 80 aparecen en el discurso los distritos culturales, las creative milieux y las creative cities. Si bien estos conceptos contenían una confianza casi idealizada en la creatividad ciudadana siempre que se le dejase el espacio oportuno para intervenir en la ciudad, el reset geográfico que pareció anunciar la llegada de Internet vino a generar una gran confusión.

La obsesión por reconquistar un lugar en el mapa de un mundo global hizo que durante los últimos años del siglo XX proliferase la construcción de grandes contenedores culturales de nueva planta, muchos de ellos basados en la espectacularización arquitectónica, presentándose pomposamente y rodeándose de un discurso rutilante. A pesar de pregonar grandes ambiciones, muchos de estos iconos se mostraron incapaces de generar contenidos y usos por sí mismos. En España, donde esta tendencia adquirió especial énfasis, su momento de apogeo queda representado por las ciudades “de la Cultura”, en Santiago de Compostela, o “de las Artes y las Ciencias”, en Valencia. Tergiversando el concepto de ciudad, estos modelos omitían la naturalidad diversidad (de usos, de funciones, de personas) que caracterizan lo urbano.

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