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Salí a la calle. Y me dirigí a la casa de una íntima amiga de la beata, que había sido patrona mía, la cual hubo de cantar de plano al achacarle yo a ella ser la autora de la intriga en que se había puesto en tan mal lugar a mi madre, que vivía a tantas leguas de Salamanca.

Total, cuando volví después de la hora de la cena aproveché unos momentos para dar cuenta, a mi novia y a su hermana, de mis gestiones y de su resultado, añadiéndoles que, por mi antigua patrona, había yo mandado un recado a la interfecta que le daría al día siguiente: que en el momento en que yo supiera que se volvía a meter o a ocupar de mí, o que intentara poner los pies en casa de mi novia, la retorcería el pescuezo, y dirigiéndome a mi novia le dije:

Ahora que está todo aclarado, puedes decidir si continuamos o no nuestras relaciones. Por mi parte, sostengo la palabra que te di desde un principio, pero con la condición de que no recibirás jamás a esa demandadera de los jesuitas, a la que ya he mandado la receta, si pretende venir aquí, porque, en el momento en que la recibáis o habléis con ella, seré yo quien romperá nuestras relaciones definitivamente, aunque me duela mucho por entender incompatible con ellas ese trato que no nos dejará tranquilos.


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