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Cuando terminamos de «pelar la pava», después de enterarme María de quién era el sujeto, al retirarme y llegar a una esquina próxima, me salió al paso el tal Alfredito, fracasado pretendiente, con ánimo de pedirme explicaciones por pretender a una señorita a la que él había pretendido antes que yo.

Yo le contesté con una risotada, concretándome a contestarle que su extraña reclamación a mí no me afectaba y que, por lo tanto, la ventilase con ella, siguiendo mi camino, dejándole plantado, pero no sin advertirle de que, en lo sucesivo, tuviera en cuenta que aquella señorita a la que pretendió, por su libre voluntad, era mi novia formal.

Al día siguiente, comentando con María lo ocurrido, me corroboró lo que me había referido su hermano, sobre el absoluto rechazo a sus pretensiones por parte de ella, lo mismo que a otros pretendientes que yo ya sabía eran muchos por sus condiciones físicas y morales. Lo que hacía que, entre la gente joven, gozara de generales simpatías y se le considerara lo que se llama «una perita en dulce», y eso que eran muy pocos los que supieran de su ejemplar vida casera y familiar.


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