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Como veréis en esta sucinta relación de mi larga vida, he procurado cumplir durante toda ella las tres condiciones señaladas por la tradición árabe para que todo hombre justifique su paso por el mundo, como son, el tener hijos, para educarlos en la virtud, plantar un árbol y escribir un libro. Pero, de las tres, la que más me envanece es la de que vosotros sois símbolo de gratitud y de amor filial para con mamá, que conmigo compartió las amarguras y las alegrías de vuestra vida que, siempre, se orientó en nuestra callada y eficaz labor dentro de nuestro hogar, que aquella tiene tan merecido hasta lo infinito y en que sois vosotros quienes constituyen el colmo de las aspiraciones de toda mi vida, con vuestra educación, inspirada por nuestra labor, en ser útiles y humanos en favor de los demás, como lo tengo bien probado.

Conste, pues, hijos de mi alma, que este modesto trabajo no tiene otro objeto que el de que conozcáis detalles de mi vida, muchos de los cuales desconocéis, y que, por lo menos, patentizan mi temperamento y mis actos y, por lo tanto, escrito solo para vosotros, sin necesidad de que transcienda fuera de vuestra intimidad familiar y, desde luego, alejado de una inútil publicidad que ni merece, ni a nadie interesa.


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