Читать книгу Mis memorias онлайн

29 страница из 217

En aquel pisito inolvidable, y del que, a pesar de mi corta edad, guardo eterna memoria, vivíamos en compañía de una señora honorable, doña Josefa Pané, viuda de un célebre bordador en oro que al morir le dejó, además de sus ahorros, una pensión vitalicia del Montepío Civil al que pertenecía, y que le permitía sostener su viudedad en un plan modesto, pero digno e independiente, siendo yo el niño mimado de la casa, tanto de «la Pepa», como yo familiarmente la llamaba, faltándola cariñosamente al respeto que la profesaban cuantos la conocían y trataban, y que ella disculpaba por mi corta edad y la filial confianza que le dedicaba, como de mi madre, con la que compartía aquel cariño sin límite, al que yo correspondía muy deficientemente, por lo mimado que estaba con mis caprichos infantiles, que solo mi madre contempla con aquella entereza y aquel talento que le eran propios para dominar mi carácter.

Entre los recuerdos de aquella época, un tanto confusos, de mis primeros años, figura el referente al año 1873, en que se proclamó la Primera República en España, cuando desde nuestros balcones veía a los republicanos, tocados todos con el simbólico gorro frigio que con tanto brío y orgullo llevaban hombres del pueblo, encargados de guardar el orden, situados en la calle de Toledo, frente a lo que es hoy la plaza de la Cebada; cómo calentaban mi sobrio almuerzo, consistente en un chorizo, que calentaban, pendiente de una bayoneta, en la llama de una hoguera para comérselo envuelto por un panecillo, de aquellos inolvidables que dieron tanta fama a las tahonas madrileñas.


Правообладателям