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Lo ocurrido estuvo a punto de tener un desenlace trágico, como he dicho, que hubiera dejado triste memoria en la ciudad, si mi madre, al irse a acostar, cuando iba por el pasillo que conducía al fondo del piso, no nota el fuego al ver entrar las llamas de la escalera, que ardía toda, por debajo de la puerta de entrada, dando entonces la voz de alarma que despertó a todos los vecinos, entregados al descanso, para que se pusieran a salvo, lo que lograron, no sin gran exposición, pasando a las casas vecinas, laterales, pasando de un balcón a otro, quedando así evacuada toda la casa. Incluso doña Josefa, ayudada por mi madre, salvándose aquella por una escalera de mano que arrimaron a uno de nuestros balcones en el piso entresuelo que habitábamos; mi madre permaneció durante toda la noche en el balcón, hasta que se dominó el incendio a altas horas de la madrugada, a pesar de las excitaciones del público y de las autoridades para que se pusiera también a salvo, preguntando solo si yo estaba en sitio seguro. Y cuando por la mañana, al siguiente día, me llevaron a casa, allí estaba mi heroica madre en nuestro piso, del que no salió, ennegrecido por el humo y las llamas. Lo cierto es, como reconoció todo el mundo, que si mi madre no da la voz de alarma tan a tiempo y con tanta oportunidad, aquel incendio hubiera dejado trágica memoria entre los madrileños por el número de víctimas que hubiera causado, pues es muy cierto que el incremento del fuego originado por un descuido del portero, que tomó, desde un principio, un cuarto de hora después de la alarma, hubiera sido imposible la salvación de todos los vecinos.


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