Читать книгу La Unión Europea. Historia de un éxito tras las catástrofes del siglo XX онлайн

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El objetivo político se consigue sin grandes oposiciones internas, y la ciudadanía adopta como propia la nueva divisa supraestatal. Al menos hasta la manifestación de los efectos de la crisis sistémica en su vertiente económica, en que el recurso, por ejemplo, a las devaluaciones para incrementar la competitividad en el comercio internacional ya no es posible en virtud de la rigidez de la autoridad monetaria europea ejercida por el Banco Central Europeo.

Una moneda sin estado, algo insólito. Porque, en efecto, la unión política que debiera acoger los componentes de un estado no se ha consolidado, y además no lleva camino de hacerlo a causa, entre otras cosas, de la reestatalización, del nacionalismo de los estados miembros que suscribieron la iniciativa monetaria.

Ni unión política, ni a efectos monetarios unión fiscal y presupuestaria, imprescindibles para que la nueva moneda hiciera frente tanto a las necesidades como a las amenazas, tanto de especuladores como de los agentes estatales de otras partes, incluida la suculenta factura percibida por la City londinense. La baja inflación fue la prioridad fijada a la autoridad monetaria, impuesta por la larga tradición del trauma alemán de la Primera Guerra Mundial y sus efectos económicos. La independencia política de los gobiernos del BCE contrasta con la lógica de cooperación del Tesoro y la Reserva Federal norteamericanas con las autoridades políticas elegidas democráticamente, incluso para modular los flujos monetarios, fijar los tipos de interés con objetivos para el empleo o la reactivación de la economía, o para financiar el sistema público en las etapas de crecimiento exiguo o amenazado. La prioridad sobre el control de la inflación es sacrosanta, e impide acciones como la mutualización de la deuda, que sin duda alguna aliviaría tensiones como las producidas sobre todo en los países del sur de Europa.


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