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El agujero servirá ciertamente de metáfora útil. Pues lo que inmediatamente impide que el mal tenga un «algo que» a semejanza de las otras realidades observables es lo que hace que no tenga una «esencia», una cierta densidad. He aquí aquello que explica la singularidad de la pregunta «¿Qué es aquello que es el mal?». No hay «algo que»: como un agujero, es rotura, ausencia y destrucción; existe al modo de un hueco o una laguna. El mal sería un defecto, una falta, una deficiencia, una insuficiencia o un fallo. A un solo término de este listado se le podrá achacar defecto: el de «privación». No habrá, pues, «definición» del mal en sentido estricto ya que no se definen más que las esencias.

¿Qué es el mal?

La pregunta se distingue de todas las demás todavía por otra razón, la más temible, que, lejos de hacer de ella una pregunta inconveniente, le da su alcance existencial. Pues si el mal no tiene esencia, ¿por qué razón nos preguntamos por él? Si la mente humana solo se preocupa por las cosas que existen y no le interesa lo que no tiene ser, ¿por qué interrogarse por el mal? Es porque una segunda pregunta se esconde detrás de la primera. Lo que pone en marcha toda inteligencia no es tanto «¿qué es el mal» cuanto «¿por qué el mal?». Lo que nos importa, a fin de cuentas, es descifrar ¿por qué me afecta esta enfermedad? ¿Por qué el cáncer se ha llevado a este joven? ¿Por qué la guerra de Siria devasta tantos pueblos? ¿Por qué la miseria de estos emigrantes que se enfrentan al Mediterráneo? ¿Por qué unos terroristas fanáticos lanzan un automóvil contra unos transeúntes en Londres? ¿Por qué se divorcia esta pareja, cuando lo tenía todo para tener éxito? ¿Por qué este fracaso arruina nuestros proyectos más nobles? ¿Por qué ha muerto mamá? ¿Acaso no es tanto el mal que golpea nuestras vidas cuanto su por qué?

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