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La acusación hecha a Putin responde a la necesidad de diferenciar al nuevo gobierno de la curiosamente estrecha relación que Trump tuvo con el líder ruso. La línea dura con China, a su vez, intenta competir con las denuncias anti-China del mismo Trump, por mucho que ellas hayan contribuido a crear un peligroso clima antiasiático en los propios Estados Unidos y a numerosos atentados en contra de ciudadanos de ese origen en el país (Cai, Burch y Patel 2021).

La relación China-Estados Unidos en perspectiva

Dado que el mundo depende en parte importante de estas dos potencias, que entre ambas representan un 40% del producto mundial, hay mucho en juego. Con los desafíos globales que enfrenta el mundo de hoy, en el cambio climático, las pandemias, la reactivación de la economía mundial y la no proliferación nuclear, un mínimo de cooperación entre los Estados Unidos y China haría una gran diferencia.

En adición a estos temas, están los de confrontación, como los indicados más arriba, y los de competencia mutua, como en tecnología y comercio. Todos cuentan, pero para avanzar en la agenda bilateral, poner todos los huevos en la canasta de la confrontación, al inicio de las conversaciones, no es lo más productivo. China se siente en un entorno hostil, y está complicada con las limitaciones a sus inversiones en el extranjero, así como por las cortapisas a empresas como Huawei y otras. Con todo, no ha salido mal parada de 2020, siendo de las muy pocas economías del G20 con crecimiento positivo ese año. Y, después de la debacle de 2020, EE. UU. ha vuelto al ruedo con una exitosa campaña de vacunación, y algunos proyectan que podría crecer hasta un 6% en 2021, la cifra más alta en muchos años.

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