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¿Qué es pues este objeto estético? ¿Una cosa, una idea, algo imaginario? Dejémonos guiar una vez más por la experiencia ingenua del espectador. Él va a ver un ballet: los personajes ejecutan una serie de movimientos siguiendo una música determinada, gesticulan sobre un fondo sonoro. ¿En esto consiste todo el espectáculo? No, desde luego. A través de los movimientos y de las formas el espectador percibe una cierta lógica; quizá la de una acción: el ballet lleva un título y con frecuencia narra una historia, la de Fedra, o Edipo, una fábula, un cuento. Sobre el juego dinámico de los bailarines el espectador sigue esta historia como un relato que se le está presentando. ¿Es esto el ballet? Tampoco lo es totalmente. El espectador avisado se cuida de centrar todo su interés en la anécdota porque teme que esta eclipse la danza, reduciéndola a una pantomima; no juzgará el ballet teniendo en cuenta solo la historia, que de hecho es solamente un pretexto mucho menos importante todavía que el libreto para la ópera. Más bien juzga la acción en función del ballet y la valora por la manera como recurre a la expresión coreográfica y en la medida en que sirve a la causa de la danza.

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