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Del mismo modo, cuando leemos las confesiones de un autor, comparamos lo que nos dice de sí con lo que ya sabemos. Pero ¿de dónde lo sabemos? O bien de lo que sus obras –si las hemos leído nos han mostrado, y en tal caso volvemos a la cuestión de la biografía, que necesita vincularse a las obras para informarnos del autor, o bien de la misma confesión. Y en este caso la consideramos como una obra cualquiera más, que en relación al conocimiento del autor nos negamos a privilegiar; aunque, desde luego, privilegiada lo está evidentemente por su sentido objetivo, dado que el autor nos habla de sí mismo, pero no lo está en el sentido traslaticio, si se puede hablar así, en el que el autor aparece transparentado, como autor y no como objeto de la obra. Así la Nueva Eloísa nos muestra a Rousseau tan patentemente como las Confesiones o los Ensueños; y hasta más incluso, dado que este segundo sentido no se halla en concurrencia con el sentido objetivo que es el de una relación impersonal. La imagen de Rousseau que nos da la Nueva Eloísa es para nosotros precisamente el instrumento de interpretación y la medida de la verdad de las Confesiones.

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