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Precisamente esta exigencia es la que quiere satisfacer el método comprehensivo, cuando busca captar la unidad de una vida a través de los actos y las pasiones en las que se revela la persona. Tiende a restituir la presencia del individuo, con todo lo que esta presencia comporta de inmediatamente significante y coherente, busca alcanzar, más allá de los equívocos propios a toda presencia, lo que Sartre denomina el proyecto existencial, y que podría nominarse también, en recuerdo de Kant, el carácter inteligible. Es precisamente lo que expresamos al decir «realmente es él», cuando descubrimos en las diversas actitudes de un individuo el «aire de la familia» indefinible y sin embargo incuestionable. Solamente a condición, pues, de que sea «comprehensiva» puede una biografía ponernos en comunicación con el artista. Pero ¿puede serlo de hecho? La biografía no nos narra la artisticidad sino la humanidad entera. Si realmente la biografía es tal, nada le autoriza a elegir, como constantemente hace el novelista, ciertos momentos privilegiados o ciertos actos característicos; e incluso si se arroga este derecho por sí mismo, no estará segura que deba privilegiar los momentos o los actos creativos y que la verdad del hombre se halle en la actividad del artista, incluso aunque sea el caso más frecuente después de que, enardecido por el público, el artista se piense a sí mismo como artista y considere su arte como una vocación. Si, en consecuencia, la biografía busca su centro de gravedad en la actividad creadora del artista, si se halla imantada por una cierta imagen del artista, es porque se siente de hecho solicitada por la obra y porque esta imagen se configura precisamente en relación a la obra. La biografía del artista encuentra su inspiración y su justificación en el conocimiento previo que la obra nos ofrece de su autor. No es la biografía la que nos informa respecto al autor, sino más bien la obra; y la biografía no pude informarnos más que cuando primeramente ha sido ella misma conformada por la obra. También en los títulos que esgrimen algunas biografías, y que pretenden expresar con una palabra la verdad del autor, es preciso desplazar el epíteto de la vida a la obra: la vida de Balzac no parece «prodigiosa» más que porque su obra posee algo de prodigioso, la de Rimbaud es «aventurera» porque su obra es una aventura. La biografía más verdadera es aquella que, fiel a la obra más que a las circunstancias de la creación y a las casualidades de la vida, ha hallado en la obra el modo de orientar su comprehensión e interpretación de la vida.

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