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Pero se ve entonces que este sentido puede extenderse a objetos enteramente extraños a la esfera del objeto estético: un acto moral, un razonamiento lógico, o también los objetos usuales, en la fabricación de los cuales ningún cuidado estético ha intervenido, pueden ser calificados de bellos sin tener por ello que dudar de la seriedad con que tal palabra se emplea cada vez. ¿Quiere esto decir, que entendido así el concepto de lo bello acaba por carecer de empleo? No exactamente: no se puede proscribir sin cierta mala fe toda referencia a la belleza. ¿Acaso cuando se habla de objetos estéticos, no es sobrentendiendo que son bellos? Y si se llama deliberadamente la atención sobre obras calificadas y recomendadas por una larga tradición ¿no es porque se las considera bellas? Nos ahorramos al mismo tiempo el esfuerzo de resolver la cuestión de los grados de la cualidad estética. Pues, en fin, si se eligen ejemplos, si se evoca a Balzac antes que a Ohnet, a Valéry antes que a François Coppée, a Wagner antes que a Adam, es porque se introduce subrepticiamente una escala de valores, y porque se supone que lo bello es como un patrimonio del objeto estético, y la garantía de su autenticidad. Una estética que fingiera considerar como iguales todos los objetos estéticos, pasaría por alto los casos más representativos, los objetos más característicos en los que la esencia del ser estético se acomoda más fácilmente. En este sentido, lo bello queda sobreentendido en la reflexión estética. Pero ¿qué significa entonces lo que nosotros hemos llamado autenticidad de la obra de arte? La noción de belleza no dejar de ser peligrosa, aunque solo sea por convertirse así en inútil: da nombre a un problema pero no lo resuelve. En realidad, no designa un tipo determinado de objetos, sino la manera según la cual cada objeto responde a su tipo propio y, por así decir, cumple su vocación, al mismo tiempo que obtiene la plenitud de su ser: decimos de un objeto que es bello de la misma manera que decimos que es verdadero o como cuando afirmamos, según una acepción que ha subrayado Hegel, que una tempestad es una verdadera tempestad, o que Sócrates es un verdadero filósofo. La diferencia entre los dos términos, que orienta la belleza hacia su uso estético y justifica la prioridad que reivindica a veces la estética, está en que lo bello designa la verdad del objeto cuando esta verdad es inmediatamente sensible y reconocida, cuando el objeto anuncia imperiosamente la perfección óntica de la cual él goza: lo bello es lo verdadero sensible a la vista, sanciona antes de la reflexión lo que está felizmente logrado.8 Una locomotora es verdadera para el ingeniero cuando marcha bien, y es bella para mí cuando manifiesta inmediatamente y de modo triunfal su velocidad y su potencia. Precisamente en cuanto que se nos muestra como tal es estetizada: solo cuando el objeto es bello puede convertirse en objeto estético, porque solicita de nosotros la actitud estética. Un bello razonamiento es un razonamiento que, porque lo domino satisfactoriamente, yo puedo seguirlo como sigo una melodía igualmente; delante de un bello paisaje, estoy como en un museo ante un cuadro: escucho cuanto me dice el objeto, y lo que me comunica en principio es su perfección.

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