Читать книгу Cuarenta años y un día. Antes y después del 20-N онлайн

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... no debemos olvidar que esta misma generación también fuimos la que nos revelamos incapaces de plantear una actitud lo suficientemente enérgica y eficaz como para precipitar el final del totalitarismo. El dictador se tomó todo su tiempo para extinguirse, y posiblemente este complejo haya gravitado sobre nuestra generación de manera persistente. La forma de paliar tal frustración se materializa a menudo con una curiosa dualidad; por un lado, una cierta desmesura en la descripción del grado de perversidad del dictador y su régimen, y del otro, la creación de una leyenda según la cual fue nuestra generación quien decidió el final del franquismo.ssss1

La realización de su película sería la forma sui generis que eligió para, precisamente, «paliar tal frustración». La reconquista imaginaria de la imagen ausente de la agonía de Franco por Boadella representa a su manera una ejecución simbólica del dictador, un auténtico derribo de estatua casi treinta años después de su muerte en la cama. La escenificación grotesca del ensañamiento terapéutico con todo lujo de detalles le permitía al director hacer un saludable ajuste de cuentas post mortem con un dictador en cierta medida torturado por su propio entorno, víctima final de un sistema que él mismo había creado, un entorno que, como comenta André Bachoud, resultaba totalmente insensible a esta dimensión: «En ningún momento [Villaverde] parece preocuparse por ahorrarle nuevos sufrimientos a su paciente. Por otra parte, excepto a su hija Carmen, tampoco parece importarle a nadie».ssss1

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