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Las ilusiones del periodismo
Haciendo ejercicio de excepcionalidad, almas en pena aúllan que ha llegado el fin del periodismo cargando culpas a una sociedad ingrata que no quiere pagar por las noticias; a las plataformas que devoran la torta publicitaria sin compartirles siquiera unas migajas; a los operadores que contaminan el ambiente con fake news. Pero mucho antes, casi dos siglos atrás, un cronista de la vida cotidiana ya andaba desilusionado con la prensa como pilar de la democracia naciente. Honoré de Balzac planteó con crudeza los términos de la dicotomía prensa-periodismo en Las ilusiones perdidas, que se publicó en tres partes, entre 1837 y 1843. El devenir del ramplón Lucien Chardon en el pretencioso Lucien de Rubempré prefigura las reglas de la celebridad como requisito de éxito en esas redes sociales primigenias que en el siglo XIX eran las tertulias. “Hoy día, para triunfar, hay que relacionarse” se presenta como el lema de la época, y en ese afán, Lucien impostará su condición desde la apariencia que se condena a sostener entre aquellos en los que procura el reconocimiento. Porque ir a la moda y verse atractivo era indicador social dos siglos antes de que se inventara Instagram, y provocaba frustraciones similares a las que hoy se atribuyen a las redes sociales: “A la magia de la escena, al espectáculo de los palcos repletos de bonitas mujeres, a las deslumbrantes luces, al espléndido espectáculo de los decorados y de los trajes nuevos, seguían el frío, el horror, la oscuridad, el vacío”. Justamente de ese juego de apariencias rutilantes y falsedad intelectual se sirve el novelista para descubrir “el revés de las conciencias, el juego de los engranajes de la vida parisiense, el mecanismo de todo”. De la misma manera, repensar la persistencia de metáforas de entonces que se pensaban cristalizadas puede ayudar a revisar el envés del periodismo contemporáneo.