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Al periodista de Balzac los amigos de la tertulia le advierten, igual que hoy le criticarían por Twitter, que no se entusiasme con la profesión.

No resistirías la constante oposición de placer y de trabajo que se da en la vida de los periodistas; y resistir es el fondo de la virtud. Estarías tan encantado de ejercer el poder, de tener derecho a la vida y a la muerte sobre las obras del pensamiento, que te convertirías en periodista en dos meses. Ser periodista es llegar a procónsul en la República de las Letras. ¡Quien puede decirlo todo llega a poder hacerlo todo! Esta máxima es de Napoleón, y se comprende.

Aquí reside la idea de que el discurso es poder (el que lo dice, lo puede), base de la perspectiva teórica marxista que, como el periodismo moderno, nació el siglo XIX, se consolidó en el XX y se está replanteando en el siglo XXI, junto con el lugar que tienen en las democracias los Napoleones contemporáneos, que siguen obsesionados con el periodismo y su supuesto poder discursivo. Aquí la metáfora es la del periodismo como palabra mágica que, como en los cuentos, transforma con su simple enunciación.

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