Читать книгу Si tuviera que volver a empezar.... Memorias (1934-2004) онлайн

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En Madrid, donde estaba la Presidencia de la República y el Gobierno, a las primeras noticias de la sublevación no se le dio mayor importancia que a la sanjurjadassss1 y se perdió mucho tiempo buscando legalidades para distribuir armamento a las organizaciones políticas y sindicales. Oficialmente todo se iba a resolver en horas y, sin embargo, era en minutos que los sublevados iban tomando capitales, valiéndose de la rapidez en sus decisiones, confundiendo en muchos casos a los ciudadanos, ya que en sus arengas no omitían dar vivas a la República. Esto ocurrió en sevilla, Zaragoza, Teruel, Córdoba, Oviedo y otras poblaciones. Esta realidad no llegó a causar impacto de preocupación en el Ministerio de la Guerra, y en este acto irresponsable creo que tuvo el mayor de los errores el propio Presidente de la República, don Manuel Azaña, hombre de carácter flemático, austero y cauto por idiosincrasia.

Al inicio de la sublevación en Madrid los militares se habían acuartelado –como en casi todas las ciudades de la nación– dispuestos a salir a la calle. Las organizaciones políticas y sindicales del Frente Popular solicitaron del gobierno armas para luchar y convocaron rápidamente la huelga general. Martínez Barrio se decidió por entregarlas en contra de la voluntad de Azaña que veía negociaciones de paz por todos los lados. El hombre, por lo visto, no asumía que, la realidad del momento, la habían originado los conspiradores y que no se podía evitar un periodo revolucionario –reacción lógica del pueblo–, y que dejar transcurrir más tiempo del debido no beneficiaba a los republicanos ni a los socialistas ni a los comunistas que deseaban disciplina y orden para ganar la guerra.


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