Читать книгу Los días y los años онлайн
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En la escalera me encontré el clavo con que cierro mi celda, con el que la «apando». Quedó completamente torcido pero resistió un buen rato, casi una hora, creo. No habría aguantado tanto si yo no hubiera detenido la puerta desde dentro con todo mi peso. Pasó mucho rato antes de que el clavo empezara a doblarse. Fue cuando trajeron la palanca, sin ella no hubieran abierto. Como en general las puertas no cierran herméticamente, fue fácil introducir una palanca en la ranura y hacer saltar los apandos. Cuando vi, a la altura de mis rodillas, el trozo de metal que introducían desde afuera, pensé que había cometido un error: aflojé un momento la puerta. Pero no, después vi que no había sido un error mío; de cualquier manera no podía evitarlo pues mi puerta deja mucho espacio al cerrar. Ahora sólo me quedaba colgarme de la puerta, literalmente, para ayudar al clavo que se iba torciendo lentamente. Ya no sentía las puntas de los dedos pues el alambre de la agarradera me cortaba la circulación. Toda la mano la tenía agarrotada y empezaba a ver más brillante la luz de mi celda y unas manchas oscuras flotaban ante mis ojos: me siento mal, ya no aguanto.