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–Estamos nosotros…
–¿Qué piensas?
–Que podrían entrar para cumplir «encargos».
El guardia había vuelto a poner el candado de la reja; pero en el pasillo, frente a la crujía, seguían vigilándonos los presos que habían tomado por asalto la crujía unas horas antes.
–Y la vigilancia, ¿no crees que intervenga?… No, claro, estoy diciendo tonterías. Primero los soltaron, ahora no los encerrarán mientras no hayan cumplido… y si dices que pueden traer «encargos» especiales...
–Asómate, no hay ni un solo vigilante, salvo el de la puerta; y por supuesto ni siquiera intentaría oponerse. Si lo hiciera sería el primer muerto, pero no lo hará.
Pasó un largo rato. La celda que no lograron abrir está en el piso superior. Ahí estábamos casi todos: cincuenta en total. La aglomeración era incómoda pero se sentía menos el frío. Era la madrugada del 2 de enero.
–¿Estamos todos?
–No sé, creo que hay más en una celda de enfrente.
–¿Sabes cuántos?
–Unos diez.
Se hizo otro silencio, pesado, sin otro ruido que alguna tos.