Читать книгу Los días y los años онлайн

10 страница из 86

–¡Esa «e»! ¡Esa «e»! ¡Vámonos, moviéndose, moviéndose!

La primera oleada de atacantes se retiró sin abrir las puertas. Se limitaron a saquear las celdas que quedaron abiertas. Pero pronto entró otro grupo: eran de otra crujía y ya venían armados con palancas.

–No puedo caminar. Por favor, ¿qué me va a pasar? ¡Mira! ¡Mira cómo se me hacen los pies!

Logramos bajar las escaleras. Ya por lo menos no se caerá del piso alto, pensé.

–Siéntate en esta banca, te traeré agua.

Entré en varias celdas pero todos los garrafones estaban rotos y aún no había agua en las llaves.

–Lo siento, pero no hay agua en la crujía.

–Consígueme, De Alba, consigue una poca.

–La única que hay está muy sucia. Por lo menos mojaré unos papeles.

Los mojé y se los puse en la frente. No sé ni para qué, pero, ¿qué más hacía? No dejaba de torcerse sin control. Las manos se le iban doblando y las piernas se le sacudían. También las puntas de los pies estaban arqueadas. Le puse papel mojado pensando en que ése era el remedio que usábamos de niños para detener una hemorragia de la nariz. Ahora, claro, el caso no tenía ninguna similitud; pero sólo había papeles y un poco de agua sucia.


Правообладателям