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–Ya pronto vendrá la camilla. Entra en esta celda y recuéstate un momento en la litera.

Estábamos vigilados por verdaderas «guardias blancas». No se veía un solo policía, únicamente presos con varillas de metal en las manos. Teníamos un grupo como de cien o más apostado frente a la reja. Las crujías continuaban abiertas.

Después que se llevaron a De la Vega subí de nuevo a la celda e intenté dormir.

–¿Qué tenía? –me preguntaron.

–No sé, estaba muy raro. Espero que no sea nada. Tal vez la tensión.

En la celda habían prendido un cabo de vela. Era la única luz que teníamos.

–¿Qué irá a pasar?

–Ya duérmete.

–Pero tú qué crees.

–No sé nada. Duérmete.

–¿Y si vuelven? Ahí están todavía. Creo que ni siquiera han puesto el candado y si lo pusieran sería lo de menos. ¿Me oyes?

–Sí.

–Ni siquiera tenemos botellas y cualquier movimiento que hagamos, hasta cambiar de celda, es observado por ellos. ¿Y los vigilantes?

–No están.

–¿Qué tenía De la Vega?

–No sé, ya cállate.

Durante un rato creí que ya se había dormido, pero pronto volvió a empezar.


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