Читать книгу ¿Quién se acuerda de Marguerite Duras? онлайн

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No tenía la menor idea de quién podía ser el tal Insfrán. Quise aclarar el malentendido en el pasillo, pero la vieja me sacó tres metros de ventaja. En el final del corredor, me esperó junto a la puerta y se hizo a un lado para que entrara. Me encontré en una pieza de paredes altas, una claraboya en el techo y una mesa en el centro. Alrededor de la mesa, había tres tipos, uno con turbante en la cabeza.

—¿Y este quién es? —preguntó el del turbante.

La vieja alzó los hombros.

—¿Cómo, no es Insfrán?

—Si este es Reduro Insfrán, yo soy Sinuhé, el egipcio —dijo el tipo.

Pensé dos cosas: o entre los tres existía algún tipo de sobreentendido respecto de Sinuhé, el egipcio, o estaban fumados hasta las cejas. De otro modo, no podía explicarse que un comentario tan banal les produjera semejante algarabía. Estuvieron a las carcajadas un minuto entero, al cabo del cual me encontré con una pistola apoyada en la sien izquierda. Digo pistola para simplificar, ya que bien pudo tratarse de un revólver. De armas no entiendo gran cosa y, dadas las circunstancias, esa no parecía la mejor ocasión para aprender.

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